
Hoy quiero compartir una de las tantas experiencias que trae a mi vida mi pequeño Manuel David.
Los vecinos de la casa tienen un gallo que, como todos los gallos, canta por las mañanas. Cuando el gallo canta, mi hijo llora. Cuando eso sucede nos causa gracia. Pero cuando el gallo ronda la casa cantando, el llanto de mi hijo es tan constante, que difícilmente logro consolarlo.
Esto me recordó la Palabra que cita: “Y en seguida cantó el gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente” (Mateo 26: 74-75)
¿Negar a mi Señor Jesucristo?, ¡No, no lo haría! sin embargo meditando, recuerdo: ¿cuántas veces he pedido al Señor, la oportunidad para compartir con mis vecinos el evangelio? Y cuando salgo para dejar a mi bebé en guardería y acudir al trabajo, los veo y tal es mi prisa que ni los “buenos días” me detengo a dar. Y cuando regreso, la casa, la ropa, la comida… creo que el gallo está cantando por cada 3 ocupaciones que me alejan de compartir el evangelio. Y mi hijo… llora en mi lugar.
Ruego a mi Señor Jesucristo que antes de que el gallo cante y mi hijo llore, pueda despojarme de esas ocupaciones que me alejan de mi comunión con El y de compartir el evangelio.
¡Bendiciones!
Claudia Soto M.
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