viernes, 5 de junio de 2009

SI QUIERO


“Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos.
En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua.
Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese.
Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo.
Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?
Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo.
Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda.
Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel
día.” Juan 5:1-9


El apóstol Juan, recoge en su evangelio (Juan 5:1-16) la historia de un hombre que, por treinta y ocho años, estuvo enfermo, tirado en el suelo, avizorando una solución a su problema, pero incapacitado para alcanzarla ¡Treinta y ocho años! ¿Por qué pasó tanto tiempo? ¿Cómo pudo aguantar por años una situación tan adversa?

Hay un dicho popular en México, dice que, a todo se acostumbra uno menos a no comer; también dicen, que el ser humano es un animal de costumbres ¡y es verdad! muchas personas se acomodan, se acostumbran a una vida penosa y deciden permanecer en ella, quejándose, doliéndose, si, pero acomodados a sus circunstancias, a sus defectos de carácter o a relaciones dañinas; personas empecinadas en arreglar por sí mismas las cosas, aunque están incapacitadas para hacerlo o también porque llegan a creer que otra realidad no es posible.

El hombre del que nos habla el apóstol Juan, era un hombre orgulloso, que no sabía pedir ayuda, empecinado en alcanzar la sanidad de la manera en que él lo había planeado, con sus propias fuerzas ¡aunque ni siquiera podía moverse! incapaz de responderle a Jesús “sí quiero”.

Gloria a Dios, el Señor, nos ama tanto, que algunas veces, obra en nosotros sin consultarnos, haciendo uso de su soberanía, porque no seríamos capaces de de decir: si; porque nos hemos acostumbrado a un estilo de vida, porque nos acomodamos en la auto conmiseración, porque somos tercos en seguir nuestro propio camino, aunque sea de muerte.

¿Te has acostumbrado a estar mal, “enfermo” en algún aspecto de tu vida?
¿Quieres ser sano? Díselo a Jesucristo, que él te sanará.
L.Z.

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